Era sombrío y sabia lucir adentro de tus pupilas el alambre que, con tanta fuerza, conectó el juego de un beso al detalle de una rosa, hasta la salida por un café.
Con extrema energía y la cara volteada hacia otro lado, su sabor metálico hería luego tu inerme corazón, oxidaba tu sonrisa y amarraba tu vista a la idea de un engaño que no podías ver como un simple malentendido; ya estabas ciega, mas yo te había lastimado, no el peligroso hilo de las trincheras.
Así las duras palabras de una amiga observadora diseñan de mi la parte peor, exponen mi fama tan incomoda en galerías sin cupo, me pinta de Gris y me deja pensar entre odio y admiración de los demás que ni siquiera me conocen.
Te fallé, no quería lagrimas ganándome tu sensualidad.